La polémica en Túnez sobre la continuidad o no de miembros del partido de Ben Alí en el nuevo gobierno continúa sumiendo en la inestabilidad a este país mediterráneo. No soy experto en política tunecina por lo que voy a hacer una reflexión que pudiera o no ser aplicable a este caso.
Está muy de moda criticar de todo a los políticos como si la sociedad fuera una balsa de aceite que sólo se lía cuando los políticos mezclan en ella sus intereses personales o partidistas. Esta crítica de tertulia es fácil y socorrida, sobre todo cuando no suele haber en ellas ningún político que pueda defenderse de la acusación. La realidad, sin embargo es bastante diferente. Todo país necesita quien le gobierne y para que lo haga bien es necesario no sólo que tenga buenas ideas sino que tenga un cierto conocimiento y aquí la experiencia es un grado. Lo contrario es sumir al país en un desastre al menos en el corto plazo. El peor gobierno es el que no hay, por lo que el mayor riesgo suele ser el de que el país quede sumido en un vacío de poder. La tentación de romper absolutamente con el pasado suele pagarse cara y los nuevos gobernantes si son listos y se preocupan por el bien de su país suelen contar con los mejores elementos del régimen anterior, aunque sólo sea desde el punto de vista técnico.
Por tanto conjugar los deseos de cambio de los pueblos hartos de corrupción y mangancia y la necesidad de una cierta eficacia y continuidad (al menos en la administración) por el bien de esos mismos pueblos es siempre el camino del éxito.
Veremos si Túnez es capaz de hacerlo.
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